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lunes, 4 de agosto de 2008

Morir

Si vivir es saberte cerca
morir será
saberme
lejos

Será
completar
la primera etapa
del fantástico viaje

Será
dejar de indagar en tus sentidos
y abandonar el mate
que quedará esperando mí ya lejano sorbo

Morir será
claudicar el libro en la mitad de la página
la mano en la mitad del poema
el poema en la mitad de la idea

Será
conservar para siempre tu último gesto
aliento mirada roce
será
arañar la vida
dejar hecho jirones el mantel de la mesa
romper el termo
volcar la yerba
desparramar los libros
y aferrarme a las patas de los sillones
en agónico intento de quedarme

Está bien...
está bien
moriré si es necesario
pero
quiero que sepas
que no me iré así nomás
ni resignado
Indudable
provocaré
un alboroto de silencio
un escándalo de nada
y un caos en el caos de la eternidad

Y claro
volveré
cuando se me cante
no granito de arena
ni sabor ni aroma ni hoja de espinillo
sino pura energía
Puro cosmos
volveré
a besarte
a olerte
a tocarte
Impune volveré
porque
a pesar
de ser y no ser
seguro
andaré
de nostalgia total

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Renuncia

Gracias a la Maestra conocí la poesía aunque en ese momento no me di cuenta. El hecho de acostumbrarme a sus gritos, esa manera de maltratar el aire, me ayudó a descubrir la ventana. Ya existía pero no para mí. Sólo veía en el aula la mirada de águila de la Señorita. Y cuando por fin me habitué a esa nariz en cara de pájaro, cuando por adentro le perdí el miedo, comencé a mirar a través de la ventana. El sol pasaba a desgano entre la ramazón de un eucalipto. Los rayos inmaduros me tocaron y supe, sin conocer la palabra, lo que era la emoción. A las ocho de la mañana salían mis ojos en busca del sol. A veces el águila me sorprendía cuando el vidrio había quedado atrás y yo trepaba el gran árbol. En otras ocasiones, un grito desentonado volteaba el pizarrón y yo volvía del eucalipto con sol en las manos y ocupaba mi banco. ¿Será que tan poco sirven las matemáticas cuando hay en la escuela una ventana y un árbol? ¿Será que nunca le sirvió a la Señorita Lucrecia graznar como un pájaro desvergonzado y horrible? ¿Será que el sol en el árbol llama desde afuera? Las águilas siempre cazan de día, había enseñado la Maestra esa mañana. Nunca hubiera imaginado que un águila pretendiera cazar el sol. A la Señorita Lucrecia le molestaba el sol, la ventana y el árbol. Ese día me descubrió. Tenés el sol en las manos, me dijo, y fue suficiente. Salí por la ventana pero no fui al árbol. Metros más allá esperaba mi caballo. El águila, en vuelo desprolijo, rayó la clase, pero no pudo salir del aula. Renegué de las ciencias y de las matemáticas y como premio a esa renuncia, aún conservo el sol en mis manos.