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lunes, 4 de agosto de 2008

Frente de Tormenta

Hay un río en el fondo de mi mente
y en su orilla
encalla una barcaza
Un poco más acá
de las nubes
Un poco más allá
de la arena
Tu casa
sin techo
tu casa
sin puertas
tu casa
me espera

En el misterio de la siesta
me llama
a la pura ventana florecida
donde las abejas
prostituyen el polen
y omiten
nebulosas
tu salitre bendiciendo la almohada

¡Qué tanta vuelta! Pienso
¡Qué tanta vuelta! Digo
Sí un día de estos
te caigo
intacto
como frente de tormenta en enero
desnudo
como el viento en las bocas de agosto
liviano
como el beso que nunca te dieron

¡Qué tanta vuelta! Sí sabemos
que tarde o temprano
confundirán
en mí aliento
tu sabor a durazno
tu equinoccio de menta
tu loca geografía
¡Creémelo!
me verán llegar a tu rivera
por mi propio río cavernario
navegando andróginos de fuego
y poemas insomnes bajo el brazo
Llegaré
por mí río
a tu barcaza
a tus nubes
a tu arena
a tu casa
sin techo
a tu casa
sin puertas
Llegaré
ritual y herido mediodía
nada más que a beber
en tu cintura
el diabólico
hechizo
de la vida

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Renuncia

Gracias a la Maestra conocí la poesía aunque en ese momento no me di cuenta. El hecho de acostumbrarme a sus gritos, esa manera de maltratar el aire, me ayudó a descubrir la ventana. Ya existía pero no para mí. Sólo veía en el aula la mirada de águila de la Señorita. Y cuando por fin me habitué a esa nariz en cara de pájaro, cuando por adentro le perdí el miedo, comencé a mirar a través de la ventana. El sol pasaba a desgano entre la ramazón de un eucalipto. Los rayos inmaduros me tocaron y supe, sin conocer la palabra, lo que era la emoción. A las ocho de la mañana salían mis ojos en busca del sol. A veces el águila me sorprendía cuando el vidrio había quedado atrás y yo trepaba el gran árbol. En otras ocasiones, un grito desentonado volteaba el pizarrón y yo volvía del eucalipto con sol en las manos y ocupaba mi banco. ¿Será que tan poco sirven las matemáticas cuando hay en la escuela una ventana y un árbol? ¿Será que nunca le sirvió a la Señorita Lucrecia graznar como un pájaro desvergonzado y horrible? ¿Será que el sol en el árbol llama desde afuera? Las águilas siempre cazan de día, había enseñado la Maestra esa mañana. Nunca hubiera imaginado que un águila pretendiera cazar el sol. A la Señorita Lucrecia le molestaba el sol, la ventana y el árbol. Ese día me descubrió. Tenés el sol en las manos, me dijo, y fue suficiente. Salí por la ventana pero no fui al árbol. Metros más allá esperaba mi caballo. El águila, en vuelo desprolijo, rayó la clase, pero no pudo salir del aula. Renegué de las ciencias y de las matemáticas y como premio a esa renuncia, aún conservo el sol en mis manos.