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miércoles, 29 de julio de 2009

El Rengo Charles

Era rengo y manco gracias a que un tractor lo pisó y le dejó todo el flanco derecho achatado. Aunque siempre le gustó el fútbol, nunca pensó que podría jugar. La oportunidad llegó en un partido de veteranos; faltaba un nueve y lo metieron sin consultarlo para completar el equipo. Fue una verdadera pérdida para el fútbol local y universal que el Rengo Charles tuviera un debut tan fuera de época en este deporte. Aquel día, el hombre se reveló como un delantero imparable. Le dijeron que se quedara parado ahí y ahí estuvo, hasta que un pase le llegó como del cielo y Charles encaró para el arco. Desde afuera vino el aliento:
-¡Vamos Charles todavía!
El guardavalla salió a cortar, pero a Charles era imposible marcarlo: desorientaba a cualquiera con su natural amague. El arquero -excedido de peso- hizo el achique, Charles lo pasó como alambre caído y logró el primer gol. La algarabía general levantó el ánimo del equipo local, que se fue al ataque con todo. Charles, al descubrir que a los contrarios les era imposible marcarlo, enloqueció. Le llegaban los pases y avanzaba. Los defensores del Arenal no lo podían parar: lo agarraban de la camiseta, le tiraban zancadillas, trompadas, patadas... En una jugada que se iba con peligro de gol, uno de los contrarios lo abrazó de la cintura y lo frenó. El rengo, caliente, se volvió, sacó un puñal que se había calzado por las dudas y le dijo:
-¡Qué mierda querés! ¿Que te achure?
El altercado llamó la atención del juez, quien sin reparos lo echó. Le dijo que se fuera, pero Charles, que ya había perdido el control, le respondió que por qué no lo sacaba él si es que era macho. La cuestión derivó en una rosca descomunal. Los policías de guardia quisieron parar el lío pero sólo lograron agrandarlo. Al agente Peteca Fernández, alías Albañil Pobre porque no tiene un metro, lo primero que le voló fue la gorra, la juntó, y al comprobar que la situación era incontenible, se acercó y pidió que llamaran a los milicos.
-¿Y vos qué sos? -le preguntaron. Imploró entonces que avisaran a la comisaría. Inútiles fueron los ruegos del cura que daba vueltas y vueltas alrededor de la gresca con la intención de apaciguar.
Cuando llegaron los refuerzos, los contendientes se habían aplacado por los golpes y el cansancio en la agotadora jornada de fútbol y boxeo.
En el centro de la cancha, como un monumento, como un símbolo tardío del deporte regional, estaba Charles, la pata renga arriba de la pelota, el cuchillo en la mano y en la boca una frase repetida:
-Que me saquen… que me saquen…













Veteranos antes de entrar a la cancha

3 comentarios:

Pablo dijo...

Y después dicen que Pelé era más completo que Maradona porque le pegaba con las dos. Miralo a Charles...

Sabina dijo...

Mirá lo que encontré!!! el blog de Luis Lujan! qué bueno saber que hay un lugar en el ciberespacio donde leerte querido Luis!
Ahora voy a andar más seguidito por acá.
Un abrazo, maestro!

pio dijo...

voy a volver a tener un blog

la dirección es http://intentartresveces.blogspot.com

los espero

Renuncia

Gracias a la Maestra conocí la poesía aunque en ese momento no me di cuenta. El hecho de acostumbrarme a sus gritos, esa manera de maltratar el aire, me ayudó a descubrir la ventana. Ya existía pero no para mí. Sólo veía en el aula la mirada de águila de la Señorita. Y cuando por fin me habitué a esa nariz en cara de pájaro, cuando por adentro le perdí el miedo, comencé a mirar a través de la ventana. El sol pasaba a desgano entre la ramazón de un eucalipto. Los rayos inmaduros me tocaron y supe, sin conocer la palabra, lo que era la emoción. A las ocho de la mañana salían mis ojos en busca del sol. A veces el águila me sorprendía cuando el vidrio había quedado atrás y yo trepaba el gran árbol. En otras ocasiones, un grito desentonado volteaba el pizarrón y yo volvía del eucalipto con sol en las manos y ocupaba mi banco. ¿Será que tan poco sirven las matemáticas cuando hay en la escuela una ventana y un árbol? ¿Será que nunca le sirvió a la Señorita Lucrecia graznar como un pájaro desvergonzado y horrible? ¿Será que el sol en el árbol llama desde afuera? Las águilas siempre cazan de día, había enseñado la Maestra esa mañana. Nunca hubiera imaginado que un águila pretendiera cazar el sol. A la Señorita Lucrecia le molestaba el sol, la ventana y el árbol. Ese día me descubrió. Tenés el sol en las manos, me dijo, y fue suficiente. Salí por la ventana pero no fui al árbol. Metros más allá esperaba mi caballo. El águila, en vuelo desprolijo, rayó la clase, pero no pudo salir del aula. Renegué de las ciencias y de las matemáticas y como premio a esa renuncia, aún conservo el sol en mis manos.