Nos habían contado que Sarmiento siempre fue a la escuela, con lluvia, viento o lo que fuera, y entonces nosotros íbamos y no nos paraban las inclemencias del tiempo. Mirábamos la lluvia desde arriba del caballo y desde abajo de la capa brasilera como algo que sucedía en otro tiempo y en otro lugar.
Ese día divisamos, al fondo de la calle ancha, un río creciente de vacas y novillos, una marejada de ojos superpuestos que avanzaban por cientos, camino al matadero. La tropa era interminable, y nosotros paramos a un costado del camino y esperamos que pasara.
Algunos animales se resistían presintiendo que más allá de la tarde, en
Después retomamos el camino, desconocido ahora, molido por tanta pisada de tanta vaca y pingoviejo. La lluvia continuaba sin ganas y sin pausas, sabíamos que así, caída como al descuido, podía durar siglos, esos siglos que existen en la niñez y duran para siempre.
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